
“Le
di afectuoso la mano. “Quédeselo tranquila. A nuestro viejo amigo Mendel le
habría encantado que al menos una entre los muchos miles de personas que le
deben un libro aún se acuerde de él”. Después me marché y sentí vergüenza
frente a aquella anciana y buena señora que, de una manera ingenua...